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martes, 1 de mayo de 2018

La estrategia había quedado abandonada, se trataba de sobrevivir. Africanus, el hijo del cónsul/ III Parte de mi crónica China Ultra 100km

" La historia se desarrolla en un futuro cercano, en el que una raza alienígena tipo colmena llamada Mimics, ha llegado a la Tierra realizando continuas agresiones, reduciendo a escombros grandes ciudades, y dejando millones de víctimas humanas a su paso. Ningún ejército del mundo puede hacer frente a la velocidad, brutalidad, clarividencia de los militarizados combatientes Mimics o de sus telepáticos comandantes. Pero ahora los ejércitos del mundo han unido sus fuerzas para realizar una ofensiva de largo alcance contra las hordas alienígenas, sin que haya una segunda oportunidad. 

El Teniente Coronel Bill Cage (Tom Cruise) es un oficial que nunca ha visto un día de combate cuando es degradado sin ceremonia alguna, y después asignado, sin entrenamiento y sin buen equipamiento, a lo que equivale un poco más a una misión suicida. Cage muere en unos minutos consiguiendo llevarse a un Alpha con él. Pero de manera increíble, se despierta al comienzo del mismo día, y se ve obligado a combatir y morir de nuevo...una y otra vez.

Pero cada vez Cage, se hace mas fuerte, inteligente, capacitado para enfrentarse a los Mimcs con creciente habilidad, junto con la guerrera de las fuerzas especiales Rita Vratasky (Blunt), que ha vencido a mas Mimics que ninguna otra persona en la Tierra. Mientras Cage y Rita luchan contra los alienígenas, cada una de las batallas repetidas se convierte en una oportunidad para encontrar la clave para aniquiliar a los alienígenas y salvar la Tierra." (Al filo del mañana)

Al filo del mañana

Al filo del mañana


Se me vino a la memoria esta película, no al instante de la largada sino increíblemente segundos después. De pronto me ví en el papel de Tom Cruise, el Teniente Coronel Bill Cage...

La largada



...Largamos aproximadamente 200 corredores, hacia nuestro destino final: completar 30, 70 y como yo, junto con un puñado de corredores, completaríamos los 100 kilómetros, recorriendo un trazado salido de una inteligencia superlativa, a través de una geografía, por lo menos para mí, casi imposible. Un bosque tan apretado, perverso, brillante y soberbio.

Primeros pasos hacia los 100km


 Todo mi ser se debatía en el lodo, las subidas verticales y en caracol , los descensos, igualmente de irreverentes, las piedras milenarias tan lisas o tan en punta, las raíces enredadas que salían del suelo. Las espinas (logré sacarme 24 espinas del cuerpo y 1 que tenía en el alma...). Los precipicios... muchas veces llegué a pensar ésta sonsera: Si calzo medio punto más me voy abajo, sin remedio...Los sembrados, los arroyos, la noche sin luna. La lluvia que de a ratos caía con una intensidad inescrupulosa. Cada 10 kilómetros había un puesto de control, que significaba para mí, una batalla terminada, y el comienzo de otra para hacerlo mejor. Pero lo hacía peor. Volvía a morir irremediablemente. Y volvía a vivir para enfrentarme a la misma batalla, entrando como en la película, en ese bucle temporal, condenada o bendecida a vivir otra vez tan inmenso desafío.

Promediando el kilómetro 20 quedé tendida en el suelo en una posición poco decorosa. Fue necesario. Porque me hizo pensar. Y vaya si pensé! Así como Dios me había dejado en el suelo humillada, boca abajo, escupiendo lodo, acerco mi mano izquierda a mi cara, y corro el puño de mi campera para controlar el tiempo en mi reloj y asi replantear mi estrategia. Si seguía a ese ritmo y con ese medio centenar de caídas acumuladas, arrastrandome en cuatro patas, no iba a alcanzar la meta. No veía la forma en que mis pies se afirmaran a La Tierra. No había forma!!! Pero cuando intento rediseñar mi estrategia, mirando por debajo de mi campera y a la altura de mi muñeca, mi reloj ya no estaba. Quedó en algún lugar del bosque. Sonreí. Si me querían débil, fuerte me iban a tener. No iba a salir de ahi, hasta cruzar el km 100. Miro entonces mi mano derecha, y vaya a saber dónde, pero tambien se había volado mi portagel de mano. Toco mi espalda con cierto temor, para asegurarme que mi mochila no se había perdido, y bendito sea Dios, me la había dejado puesta. No me la sacó. Todo ese estudio meticuloso que hice sobre mí, y sobre mis armas, no me tomó mas que un par de minutos (creo yo, porque ya no tenía noción del tiempo). Pero cuando me volví a poner de pié, decidí que si tenía que morir 100 veces para hacer 100km, lo iba a hacer y feliz. Todo eso parecía un bosque apretado. Lo podía ver así. Pero pronto pude darme cuenta, que en verdad era un campo fértil para llenarme de saberes y profundos sentimientos de realización personal.

Siguiendo la marcación


Mi estrategia entonces, ya sin reloj, fue abrir todos mis sentidos, pisar lento, firme, amigarme con mis pies, con la inseguridad que me provocaba caer, y volver a levantarme pero sin mortificarme. Poner la paciencia como bandera, emocionarme, reirme, respirar profundo, dar gracias, cantar, hablar con Dios, pero sin pedirle nada y así llegar antes de las 30 horas. El límite para los que corríamos los 100 kilómetros.

Ya había echado a andar, y unos corredores quisieron prestarme sus bastones de trekking al verme tan en el suelo. Por supuesto que no. Aunque agradecí. Como lo veo yo, si la naturaleza me daba algo de paz, de ayuda para continuar el camino, lo iba a tomar, pero nada de bastones industriales ni de gps, ni tecnología que me alejara de mis sentidos. Demasiada ventaja era ya correr en zapatillas, que por cierto, no eran "zapatillas de trail". Poco me costó la pérdida del reloj, en mi moral. Era la naturaleza y yo. Las dos solas. Ella me iba a dar y me iba a sacar...y yo tambien...Así se había planteado la batalla entre nosotras. Implacable.

Me da la impresión de que el día a día es un bombardeo constante: las noticias, los juegos, las plays, los ipads...Quizá llega un momento en que para la gente es interesante volver a la Edad Media, cuando no existía nada de ésto. Ildefonso Falcones. 


Simple


Simple



Mientras desandaba el camino, con ese pensamiento como estandarte, a mi costado aparecieron un montón de cañas de bambú apiladas. Me detuve. Las miré y las estudié una por una...como si supiera lo que buscaba. Recordé el callado que encontré en la BR135 y que me ayudó tanto a continuar...Elegí una caña gruesa, casi de mi altura, pero con un par de nudos, en dos lugares importantes, a la altura de mis manos donde quedarían fijas, evitando asi el deslizamiento de ellas, y por consiguiente la aparición de ampollas (lo que me faltaba, pero venía bien de eso. Venía bien de fuerzas, de fé y de alegría.) Fue el momento de hacer un pacto con mi caña de bambú. Nos miramos. Estábamos frente a frente. Nos prometimos lealtad y una amistad  que quedaría inalterable a través de los tiempos, aún cuando tuviéramos que separarnos. Varias veces me ofrecieron los bastones industriales u otras cañas mas finas y pequeñas. Pero mi caña y yo, ya estábamos unidas por un fino pero irrompible hilo de plata. Estoy convencida que era la única caña del bosque que no iba a abandonarme en todo el recorrido. Por supuesto que ya no sólo hablaba con Dios, también hablaba con mi caña. Nuestra relación y nuestro juramento se fortalecía. Hubo momentos muy difíciles de afrontar. El camino nunca dejaba de ser complicado. Pero a mí, en esos momentos, se me hacía indispensable poner a salvo mi caña primero, y luego subir o bajar según el capricho del trazado de la carrera. Después rescataba mi caña y así continuábamos el viaje. Me caía menos, con ella, sin dudas. Pero ya iba sola, rezagada, sin tiempo y luchando con todas mis fuerzas. Llegué al kilómetro 50 sorprendida, muy sorprendida porque atardecía, y según mis sensaciones todavía no debía atardecer. Le achaqué a las nubes la falta de luz, pero rápidamente tuve que asumir que atardecía y que había puesto aproximadamente 15 horas para hacer 50 kilómetros!!! Pero terminé reconfortándome con este pensamiento: Ya hice la mitad! Solo me quedan 50 kilómetros y 15 horas a mi favor. No me sobraba nada, pero no lo veía imposible. Me detuve entonces en los puestos solo para aprovisionarme. No cambié de ropa ni de nada, a pesar que la Organización llevaba allí, todos los bolsos que dejábamos preparados para tal fin. Solo continué con mi ritual. Después de pasar cada control, le preguntaba alegremente a mi caña: "Are you ready???" Y ante el sí y la celebración de todo salíamos en busca de un nuevo y mejor renacimiento.

Paisajes


Promediando el kilómetro 60 dejo mi caña en el suelo, para sacar comida de mi mochila. De espaldas al camino, escucho el ruido de un motor que avanzaba hacia mí. Y un ruido más doloroso: el crujir de la caña, de mi caña de bambú! No! Por Dios! El auto había aplastado su cabeza! La tomé en mis brazos. Lloré. Sola. La socorrí como pude y la reparé lo mejor que pude. Entonces le pregunto: "Are you ready?" con la garganta hecha un nudo, y ante el glorioso sí de ella y a pesar de su terrible y doloroso accidente, salimos juntas otra vez al camino. La bronca también es energía, y ahora creo que a veces juega a favor. Fueron unos kilómetros donde pude sostener un ritmo parejo, y sin caerme. Como que mi ser iba tomando la forma de la naturaleza misma. Ya era parte de ella. Sentía como ella. Actuaba como ella. Tal es así que a partir de ese episodio, no volví a caerme. Como si mis pies hubieran aprendido a pararse en ese suelo tan inestable, que no perdona, que golpea y fuerte. Y así, transcurrieron los 70 kilómetros, los 80 kilómetros y los 90 kilómetros. Del kilómtro 80 al 90, fueron si se quiere, "rápidos", sin trepadas imponentes. Como una tregua. Esto de combatir y morir de nuevo, me había dado una habilidad que no tenía al principio. Cada batalla, cada puesto de control pasado, era una oportunidad para desentrañar esos 100 kilómetros.

Paisajes


Estaba a solo 10 kilómetros de salir victoriosa de esa batalla. Según sentía mi cuerpo, dos horas, tal vez me separaban de la meta. Venía endulzada y confiada de esos 90 kilómetros y creí ingenuamente que me esperarían, según mi lógica, otra vez una recta final de 10.000 metros, distendida, como premio, como una mano tendida del "trazador", como una bendición de Dios. Que ya no volvería a morir. Que había cumplido. Que había comprendido, y que había crecido. Que los 10 kilómetros, iban a ser un premio por sí solos de haber luchado con todas mis fuerzas durante 28 horas, sin detenerme, sin armas, sola. Al salir del último puesto de control, junto a mi caña de bambú la adrenalina que me brotaba hasta por los poros me anunciaba la llegada a la meta. Pero eso duró unos pocos segundos, porque estimados lectores, tuve que volver a morir en una cuesta prácticamente vertical, la observé desde su base, tan altanera, y fue la única vez que le imploré a Dios: No! Dios mío, que es esto??? Miré mis piernas y observé mi muerte lenta, pero para mi sorpresa, no dejaba de subir. Ya no eran mis fuerzas. Mi caña era invencible. Eso ya lo sabía. Me apoyé en ella como no lo había hecho antes y ella cuidó de mí, y paso a paso en unos últimos 10 kilómetros retorcidos, me llevó al final.

Carlos y Javier, acompañandome a la meta con la bandera argentina.


Creo que aproximadamente en el kilómetro 98, alguien de la Organización se acerca con un celular y escuché la voz de Carlos, el ingenioso trazador, que para ese momento dejó de ser la mente macabra que había planeado todo eso, sino mi querido Carlos García Ultrarun. El hombre que virtualmente conocí cuando empecé a correr ultramaratones, a través de un foro español, riquísimo en saberes y del cual yo participaba. Había llegado el momento de conocernos como Dios manda, con el abrazo, el cariño y el respeto mutuo. A través del celular, la voz de Carlos fue la voz de todos mis seres queridos, los que había dejado en Argentina, de Luiz, en Brasil, y Adrián en Guilín. Sus palabras eran las palabras de mi familia, de todos mis amigos, de todos los que me ayudaron a llegar a China y correr algo tan pero tan difícil para mí. Carlos me invitaba a la celebración de mi llegada. Que iba a salir a buscarme. Y así lo hizo, desplegando junto a Javier, mi bandera argentina. Recién en ese momento conocí a Javier que con su voz tan orgánica y divertida repetía: Pero qué cojones tienes mujer! Venirte del otro lado del mundo sola, y a correr estos 100 kilómetros!!! Verlos venir con la celeste y blanca de par en par...entonces ahi sí, la adrenalina hizo el resto. Crucé la meta plena, en medio de la celebración de todos fundida en abrazos y ovaciones a mi país.


Recibiendo mi medalla y mas regalos


Celebrando


Ahora sí, llegó la hora de agradecer a esta Organización esbelta, bella, profunda, paciente, servicial, responsable. La eficiencia y el cariño de Ejay. El marcado de la carrera fue perfecto. Pero perfecto de verdad. Sin dudas que llevar un gps, era un despropósito. Aplaudo eso y felicito a cada integrante del staff que estuvo alerta en cada puesto de control, por la calidez y la premura para resolver cada situación planteada, a los médicos siempre dispuestos a curar. Chapeau!!!

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Epílogo: Mi caña de bambú fue entregada a la Organización como muestra de todo el amor que puse para terminar esta carrera. Mi caña de bambu fue símbolo de simpleza, y esfuerzo arduo que es lo mismo que decir China Ultra 100km.

Los Mimics que no pudieron conmigo fueron: la deseperanza, el rencor, el desamor, la vanidad, y la incredulidad.

China Ultra 100km Edición 2018, se celebró en la antigua ciudad de Xingping, en Guilín, provincia de Guangxi. el sábado 14 de abril. Hay tres categorías diferentes: 30 kilómtros, 70 kilómetros y 100 kilómetros.El desafío se desarrolla a través de bosques ,y formaciones karsticas, cuevas de piedras y bellísimos paisajes de pueblos detenidos en el tiempo. El desnivel acumulado de este desafío fué de 3793 mts para los 100km; 2597mts, para los 70km y 1182 mts, para los 30km.

Saliendo

Llegando con mi caña de bambú






Celebrando

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